La Picota del Jerte es un cultivo autóctono del Valle del Jerte. Solo se producen en esta zona, en la que el cultivo del cerezo comenzó a generalizarse a partir del siglo XVIII. Fue una plaga del castaño, anteriormente el árbol con más tradición en el Valle del Jerte, la que provocó la consolidación del cerezo. La mitología popular, en cambio, atribuye su llegada a esta comarca a un zar ruso.
La leyenda de los cerezos
Cuenta la leyenda que el tal zar quiso buscar un refugio de descanso en el Valle del Jerte y que, para que su esposa no añorase las nieves de su tierra, decidió simularlas una vez al año a través de las flores del cerezo. El zar sería el responsable de que, cada año, durante unos diez días, entre finales de marzo y principios de abril, miles de cerezos tiñan de blanco el Valle del Jerte durante la Floración del Cerezo.
Ficción aparte, la presencia de cerezos en el Valle del Jerte está documentada incluso con anterioridad al siglo XVIII. Este cultivo es fruto del esfuerzo de sostenido durante años de los agricultores locales, que convirtieron las tierras incultas y las laderas asilvestradas de la comarca en una zona de cultivo organizada a través de sucesivos abancalamientos.
En 1352, una comitiva de emisarios del rey de Navarra que se dirigía a Sevilla se detuvo una noche en Cabezuela del Valle y sus miembros degustaron productos tradicionales de la zona, entre ellos trucha y cerezas, lo que indica que ya por entonces era un alimento que destacaba y se ofrecía a los invitados más ilustres.
Desde entonces, el cultivo siguió incrementándose hasta convertirse en una alternativa económica con la quiebra del castañar, que provocó que se extendieran el cereal, primero, y el cerezo después. En el siglo XIX los cronistas ya hablan de que lo mejor de esta zona extremeña eran las cerezas, muy apreciadas en la Corte. A principios del siglo XX, el Valle del Jerte era un conocido exportador de productos agrícolas, destacando las Picotas y Cerezas del Jerte.