Cerezo silvestre es el nombre común de la especie Prunus Avium. El origen de este árbol se sitúa en Asia Occidental, aunque por su fácil adaptación, se ha extendido a todo el mundo. El cerezo silvestre se cultiva fundamentalmente para la explotación de su fruto y madera. También se emplea como árbol ornamental. Por otra parte, no es raro encontrar cerezos silvestres en los bosques de Centroeuropa. Forman parte de la flora silvestre y no llegan a ser explotados.
Características físicas del cerezo silvestre
El cerezo silvestre pertenece a la familia de las Rosaceae del género Prunus. Lo mismo que árboles como el almendro o el melocotonero. Puede vivir más de medio siglo y se adapta perfectamente a suelos alcalinos y muy drenados. Su tamaño va de los 15 a los 30 metros de alto. Su diámetro puede alcanzar el metro y medio, aunque habitualmente mide medio metro. La corteza del cerezo silvestre es de color rojizo, de aspecto liso y con cortes transversales. Sus hojas son alargadas de color verde intenso y miden alrededor de 10 cm. Además tienen bordes dentados y, en otoño, se ponen de color naranja. Aparecen en la primavera al mismo tiempo que las flores.
Flor y fruto del cerezo silvestre
La mejor forma de identificar un cerezo silvestre es a través de sus flores. En invierno, antes del nacimiento de la flor, se empiezan a ver en las ramas las yemas que anuncian la floración. La flor del cerezo es reconocida por su belleza y delicadeza. Normalmente es de color blanco, pero también puede ser rosácea dependiendo de la variedad. La duración de su floración es muy corta, apenas un par de semanas. Y la caída de las flores anuncia de inmediato la recogida del fruto. Su fruto es la cereza, que se mantiene unida al árbol por un pedúnculo, como en el caso del cerezo ordinario.
Durante la recogida del fruto, en algunas variedades el pedúnculo queda sujeto al árbol y es la cereza la que se separa. También ocurre en el caso de las Picotas del Jerte, cerezas que se reconocen por la falta de rabito. En relación a su color, las cerezas pueden ser amarillas, rosáceas, rojas o de un rojo muy intenso, dependiendo de su variedad. Por lo general, las cerezas de árboles cultivados suelen ser más dulces que las de las variedades silvestres, más ácidas y pequeñas.